Sunday, April 3, 2011

Cronología del sentir

Ahora que deseo escribirlo, quiero recordar cómo me siento…

En este punto del tiempo los sentimientos se amalgamaron en mí, haciéndome sonreír con la misma facilidad con la que decaigo, y dificultando aun más la tarea de discernir conscientemente que debería sentir, que he sentido y, por demás, que sentiré con el pasar del tiempo.

Pero, como en otras ocasiones se ha presentado útil, trataré de hacer una descripción cronológica de los sentimientos como mis vagos recuerdos, resultantes de una memoria más que deficiente para el trabajo para el que fue dispuesta, puedan poner sobre la mesa, a una distancia visible y cómoda para su correcta percepción.

Cuando la punta del enorme puñal recién hizo contacto con la delgada y maltratada piel de mi espalda, he de reconocer que de primera mano se encontraba la satisfacción de la sospecha. No es que esperara con antelación el frio metal, o que supiera el momento o el actor, ni siquiera la situación, es simplemente la incapacidad de vivir sin sospechar que siempre hay alguien dos o tres jugadas más adelante en la partida, o que mueva las fichas a su antojo cuando dejas de concentrarte en el tablero, es, simplemente el delicioso sabor de la una certeza constante revelada cierta por un movimiento repentino en el devenir imparable de la vida.

De forma inmediata, casi cortando la placentera sensación de saberse en lo correcto, viene la decepción. Aun cuando se está seguro de los más concisos principios morales y éticos que rigen a tablazos sobre las cicatrices que eventos pasados probaron perfecta la implantación de tales principios, Pandora hizo lo que quiso con la vana ilusión de control y dejo que se apostara vida sobre la más inestable de las mesas; llevando a la inevitable pero predecible decepción que causa perder donde ganar era improbable.

Pero el puñal sigue su curso, y mientras la verdad se hace mas y mas detallada, mas y mas irrumpe en el corazón el hierro extraño que pretende llegar al otro lado: al igual que el tiempo, no se va a detener.

En este punto, nace la ira, el asco y la impotencia; inseparables, son amargos como el mas seco de los vinos y, como sucede con este, los gestos mas exagerados adornan el rostro y los ademanes mas grotescos relucen durante el casi eterno recorrido por la garanta, mientras el sabor pasa, mientras se vuelven a abrir los ojos y se ve que la botella apenas va por la mitad.

Cuando el ensangrentado filo asoma por el pecho, cuando se ha asestado el golpe completo y la anterior trinidad falsamente desvanece, nace la duda, la mas cruel de las emociones. Le ha tocado semejante titulo por crecer sin control mientras empuja fuera del alma toda otra emoción que hubiese querido entrañarse, porque llena tanto espacio que es difícil siquiera aferrarse a la efímera sensación de seguridad sobre los actos propios, porque se hace mas grande entre mas tiempo pasa sin respuesta: la duda solo es un terrible sentimiento cuando no hay posibilidad de respuesta.

Durante el paso final del atroz acto, el puñal sale con premura, miles de veces mas rápido de lo que entró, y por el mismo punto incisivo por el que sale con la duda entra a abonar el terreno la tristeza. Es un sabor conocido. Es un aroma familiar. Ya no sabe a final como las primeras veces, ya no apesta a muerte como la segundas. Solo tiene algunas variantes desconocidas, algunas trazas que hacen única esta entrada en la memoria. Es la manera en la que funciona la tristeza: siempre es igual, solo se hace un par que cambios para que pueda diferenciarse con facilidad de las próximas ocasiones.

Mientras la pesada caída termina, mientras el largo estertor exhala el aire viciado que queda en el pecho, llega la emoción ambigua, se establece el sentimiento que ocupara el espacio, ahora adaptado, que dejo el arma asesina: el vacío. Cuando todo carece de color es fácil diferenciar los bordes, pero es difícil apreciar la profundidad.

En el reloj juegan incansables las manillas, y al ritmo de los segundos se construye en mi mente durante un laborioso proceso la mecánica que mantenga lucida la percepción e inicie en el vacío una estructura nueva, si bien similar, que guarde como un tesoro la forma de esta nueva cicatriz: no, no he muerto. Esta es solo otra dosis de fortaleza.