Thursday, November 29, 2012

Para siempre


Un doloroso frio encalambraba sus piernas, obligándolo a abrir sus ojos.

Tenía la misma ropa que usó el día anterior. La misma horrible corbata café que usaba solo con la camisa amarilla que le hacía juego. Siempre se había preguntado si el color de esa camisa lo hacía parecer viejo, porque siempre se asocia el tono sepia a las cosas viejas, y ya de por si su ritmo de vida le había sumado muchos años a su desgastado rostro y sería apariencia. Pero lo realmente perturbador era la ausencia de los zapatos. ¿Era esta otra de esas ocasiones que hace a la familia pensar que el alcohol es un problema grave en su vida? ¿Qué sorpresas tiene guardadas esta laguna mental, fuera de la pérdida de un hermoso, y también ya muy viejo, par de zapatos marrones? – sí, esos zapatos marrones que hacen juego con la corbata.

La facilidad con la que logró incorporarse le hizo pensar por un instante que fuera de la falta de algunas de sus posesiones y de una moral más firme, no había mucho mas por lo que preocuparse. Ese breve sentimiento de alivio desapareció instantáneamente cuando notó que había puesto sus manos en una lapida para apoyarse, y que, como esta, había muchas más, terroríficamente organizadas a lo largo del paisaje, y adornadas por la tenue lluvia que enfriaba el ambiente y que, muy probablemente, ahuyentó a cualquier persona que estuviera en los alrededores y pudiera servir de ayuda ante semejante situación.

En vano, intentó recordar con más precisión los hechos que lo habían llevado, presumiblemente, a ser víctima de robo en el interior un cementerio; pero sus esfuerzos solo lo llevaron a concluir que el día anterior había sido un viernes, y que, como es costumbre, visitó religiosamente con sus compañeros de oficina el bar de siempre, para acompañar las anécdotas laborales, las habladurías y las quejas con unas cervezas.

Recordó como uno a uno, sus compañeros fueron dejando el lugar, para verse con sus, también presumiblemente, felices familias, interesantes compañeras sentimentales e increíbles amigos de toda la vida.

Finalmente, recordó  lo bien fingida que salió la sonrisa con la que respondió a la preocupación, de igual forma excelentemente fingida, de sus últimos dos acompañantes antes de dejarlo totalmente solo y con mas alcohol que motivaciones corriendo por sus venas.

Asumiendo que el fuerte dolor de cabeza que tenía se debía a los efectos secundarios de una noche completa coqueteando con el alcohol, empezó a caminar con la esperanza de encontrar una salida de aquel lugar, o al menos a alguien que pudiera colaborar buscándola, tarea que resulto infructuosa por lo que parecieron más de dos horas, antes de que las gélidas aguas acumuladas en el pastizal lo obligaran a buscar refugio bajo uno de los enormes pinos que adornaban el paisaje.

La desesperación se había convertido en ira. No dejaba de insultarse a sí mismo por la pésima toma de decisiones que lo habían llevado a vagar entre el frío de aquel lugar, y tampoco dejaba de preguntarse en qué momento su vida se había reducido a la plana rutina que lo llevaba a buscar sosiego en el fondo de una botella cada fin de semana. Deseaba intensamente poder determinar con exactitud cada uno de los errores que habían decantado en su situación actual, y soñaba despierto que podía viajar a cada uno de esos momentos en la historia para inculcar a golpes algo de sentido común en el idiota que había sido en el pasado.

Pero un ligero momento de lucidez lo llenó de pánico al notar que el pino que lo resguardaba se erguía justo al lado de la lapida que uso como apoyo para levantarse: después de más de dos horas de vagar por el lugar, solo había vuelto al mismo lugar.

Corriendo de nuevo entre la lluvia, y en medio del desespero, no demoró en tropezar con alguna de las placas de mármol mas escondida por la edad y el abandono al que les someten los otrora sollozantes familiares del desdichado que allí había sido sepultado. Tras proferir injurias contra el inerte objeto de su agudo dolor, busco el titulo de aquella tumba para colocarle un apodo a sus maldiciones, encontrando un nombre común que no le aportaba nada a la musicalidad de sus ofensas, y una frase tallada: “Salmo 23:4 - Aunque ande en valle de sombra de muerte, No temeré mal alguno; porque tú estarás conmigo: Tu vara y tu cayado me infundirán aliento.”.

Ahora la ira se había convertido en hilaridad irónica. Se veía a sí mismo encerrado de forma literal en un cementerio, sufriendo de un frio descomunal, y totalmente solo; mas solo de lo que se había sentido en toda su vida. Y lo único que pudo hacer fue reír. Solo pudo reír descontroladamente hasta que sus risas se convirtieron en lágrimas, y hasta que sus lágrimas se convirtieron en agudos sollozos de dolor en el alma, de gritos desgarradores que solo podían gestarse en lo más profundo de sus penas, lo más recóndito de sus recuerdos. Siempre se supo en el gris vacío, ya se había condenado a sí mismo a una vida de aislamiento, convenciéndose que era mejor librar las batallas en soledad que cargando a hombros el peso del abandono y la traición.

Algo cansado pero menos adolorido, algo nostálgico pero más liviano, se incorporó y siguió andando sin parar por un par de minutos más, hasta que la curiosidad lo hizo detenerse en frente de otra tumba, a la espera de poder leer algo de igual atractivo para su actual situación.

“Esposo ideal, padre ejemplar y el mejor abuelo del mundo.”

La lluvia que arreciaba pudo esconder las lágrimas que ahogaban sus ojos, pero ni siquiera el más fuerte de los relámpagos pudo acallar los tristes gemidos que profería una y otra vez. En su mente, la frase retumbaba sin cesar, ya que cada palabra podía rastrearse a lo que eran sus más grandes derrotas, sus más profundos rencores y sus más terribles errores; pues ya había renunciado al amor, con el corazón lleno de cicatrices; nunca supo a ciencia cierta lo que era un padre de verdad; y más de una vez había sacrificado su linaje con la esperanza de que la vida lo llenara de algo más que progenie.

El tiempo, como el gris clima, se había vuelto difuso, y ya no sabía cuánto había pasado arrodillado frente aquel sepulcro. Con lo que restaba de sus fuerzas y la tenue luz del horizonte siguió avanzando en línea recta hasta detenerse de nuevo, increíblemente cansado, en las raíces de un árbol.

Una extraña y abrumadora sensación empezó a llenarlo conforme despejaba sus ojos y observaba con detenimiento a su alrededor. Sintió como un escalofrió recorría su espalda y como la sangre llenaba su rostro ante el pavor que le infundió la escena: estaba de nuevo en el mismo pino, junto a la misma lapida al lado de la cual despertó.

Con las últimas fuerzas que el dolor en que se había convertido su miedo le permitía utilizar, se arrastró lentamente hacia la lapida para leer horrorizado su nombre acompañado de un epitafio que lo hizo gritar de forma aguda, imparablemente, mientras venían a su mente los últimos momentos de ese viernes en el que por fin encontró las agallas para acabar con su miserable vida, de la mano de una jeringa y mas morfina de la que su cuerpo pudo soportar.

En medio de su angustiante dolor, desfalleció sin más.

Un doloroso frío encalambraba sus piernas, obligándolo a abrir sus ojos.

De nuevo, y con la lluvia otra vez tenue, empezó a repasar los hechos mientras se alejaba desconcertado y desorientado de su tumba, y del epitafio que vio antes de olvidarlo todo:

Amado hijo. Amado hermano. Tus recuerdos te mantendrán presente para siempre.”




Tuesday, April 17, 2012

De viaje


Recibe de mi, querido amigo, el mas cordial de los saludos, el mas cálido de los abrazos, el mas sincero de los deseos de bienestar para ti y tu familia, en especial a tu padre, que, bien lo sabes, ha sido siempre digno de todo mi respeto y admiración.

Aunque quisiera llenar estas hojas de historias felices y crónicas positivas que atraigan tu interés, debo decir que las causas que me llevan a escribirte están más bien alejadas de la cara amable que mis letras trataron siempre de darte sobre mi verdad.

Bien lo sabes, había llegado a mi vida un momento de franca paz y recogimiento, resultado de la determinación de darle una estabilidad al ritmo con el que la atendía mis necesidades mas primales, que, bien sabes, me había internado cada vez mas en los bosques de la arrogancia, el desenfreno y la lujuria desmedida. Era entonces prioritario para mí, en el momento culmen de mis apreciaciones, dar rienda suelta al romanticismo, dejar que el destino golpeara a mi puerta acompañado de una mujer decente, que, como yo, estuviera buscando equilibrio, ansiara, mas que pasión, algo de sosiego.

Como era de esperar, no pasó mucho tiempo antes de que mi corazón fuera de nuevo victima de las circunstancias: hubo uno o dos encuentros, por mucho agradables, con quienes serían solo reverberaciones de la desidia que me causa la satisfacción corporal que no es sustentada por la fascinación mental, mujeres cuyas cualidades en algunas de sus dimensiones solo eran comparables en cuantía con los vacíos perceptibles en otras. Pero, de nuevo desde la visión más objetiva de la situación, y como alguna vez lo discutimos, ¡qué estúpido es ser exigente en mis expectativas, siendo yo el más incompleto de los mortales!

Entonces, con la mitad de la resignación con la que algunas de mis anteriores compañeras sentimentales aceptaban temporalmente su destino junto a mí, decidí dejar de forzar el devenir, dedicándome a llenar mi cabeza de buenos libros y buena música en los sórdidos sitios en los que podía saborear una cerveza, tratando no perder la mente en el fondo de la botella.

Pero es precisamente cuando dejamos de seguir nuestros anhelos, que nos siguen estos a donde vamos, a hacer el papel de desinteresados, como si buscaran motivar en nuestro interior la chispa que les da sentido: fue en una de esas veladas, inundada en el sonido de una guitarra acústica, que llevó la noche a mi horizonte la visión de una mujer increíblemente hermosa, extremada mente interesante, desesperanzadoramente sola.

Diré de manera muy resumida que su imagen jugaba con los tonos. Era su lacia cabellera del mas oscuro matiz, tan larga como brillante, tan abundante como placida lucía al caer en sus hombros. Era su piel blanca, como la luna que se colaba intrigante por el ventanal del bar, y aparentaba ser tan suave, tan tersa, que se alborotaba el tacto azuzado por la imaginación y la creatividad. Eran sus ojos una mezcla de azules y grises, como mis días, como mi vida, como mis noches. En la perfección de los rasgos de su rostro jugaban animosamente mis miradas, haciendo aún mas extraño mi deseo de acercarme ver como el pasar del tiempo solo dejaba entrever un silencio majestuoso que limitaba todo el espacio a nosotros dos, y a la ahogada tonada que servía de fondo al misterio infinito que se escondía bajo sus juveniles ropas, que dejaban entrever que había un cuerpo digno de invertir en vano la sobriedad, la tranquilidad, la cordura.

Pero ya antes habían peleado afanosos mis ojos con mis sentimientos, en partidas que duraban lo que un coito salvaje, para estrellarse luego con una mente casi siempre vacía, una que otra vez llena de interés, una que otra vez llena de costumbres y conceptos construidos por la sociedad; por lo que esta en esta ocasión di por invalidas mis crecientes expectativas, limitándome a observar de vez en cuando en la distancia a aquel ángel, como la pintaba en la mente mi falta de cariño y la maldita y persistente esperanza.

Pero, de nuevo, como si se lo tomara como reto personal, se involucró el destino, llevándola a pedirme fuego para su cigarrillo, con una voz tierna, pero imponente, amable pero exigente, hermosa como ella, perfecta para ocupar el papel del primer sonido que quisiera oír en la mañana. Mecánicamente le exigí que compartiéramos su vicio, y su sonrisa, tras iluminar las partes mas oscuras de mi alma, solo le dio inicio a una conversación que se tornaría mas interesante a cada minuto que pasábamos, ahora juntos, en aquel prefecto lugar en el que se transformó el bar.

Mal haría yo en intentar describir correctamente cuanta belleza esgrimían las palabras que salían de boca, acariciando sus hermosos labios; mal haría yo en tratar de apropiarme de la profundidad y la valentía que sus ideas inspiraban; eran, muy a pesar de mi experiencia, mas nobles, mas exquisitos, mas sugerentes su mente y su alma  que su rostro y su cuerpo.

Entonces, sucedió lo que siempre me sucede, lo siempre me criticas, amigo fiel: me supe infame, miserable, ante tantos de mis sueños convertidos en una realidad. Me supe incapaz de encajar mi ridícula apariencia y la pobreza de mis pensamientos en el mundo de alguien tan perfecto; siendo así, con la imagen deprimente de la sinceridad que estaba teniendo conmigo mismo, cambio mi rostro y mi actitud para con ella, quien no tardó en notarlo e inquirir al respecto.

El par de cervezas que nos habíamos tomado, asumiendo la responsabilidad en lugar de mi corazón esperanzado, hablaron con mi verdad, expresando mi preocupación, hablaron en exceso, demostrando mi deseo, hablaron sin limitaciones, desnudando mi alma. Ella me escuchó. Cada palabra, cada segundo, cada idea, cada tristeza encarnada en mil fracasos, en mil momentos de pena y otros tantos de desdén. Y sus ojos perseguían a los míos, que jugaban a alejarse cuando se sentían atrapados en ese azul profundo. Y sus labios, dibujando una sonrisa, callaron los míos con un beso que duro muy poco, para el enorme espacio que abrí en mi memoria para guardar cada detalle  de ese momento. ¡Ese momento! El tesoro más grande que podía haber encontrado.

Tras limpiar con sus suaves manos las lágrimas que se le escaparon a mi felicidad, abarcamos la juventud de la noche entre tragos, sonrisas, historias, besos cada vez menos épicos y más impertinentes, cada vez menos románticos y más pasionales.

Abrazados, felices, salimos del bar. Nos recibió la noche envejecida con los brazos abiertos entre sonrisas y caricias. Nos entrego a la naciente madrugada en el primer hotel que encontró. Nos cobijo el sol entre las sabanas, amándonos, amándola.

Pero la fatalidad, haciendo un equipo infalible con mi dañada mente, había completado su última proeza.

Maldigo la hora en que abrí mis ojos. Maldigo el primer suspiro que di al despertar. Maldigo la desventura de no haber pasado del sueño al coma.

No tardé en darme cuenta que aun estaba en el bar.

En una sucia esquina, muy probablemente arrojado allí por la lastima que le causé a los dueños del lugar, desperté lavado en mis propios jugos gástricos, fétidos de alcohol; con las manos raspadas, con las rodillas sucias, tal vez  de arrastrarme como un gusano miserable en mi propia desdicha; con la nariz rota y las sangre que se le escapo adornando mi cara y mi vestimenta.

Un perfecto desconocido dio con su narrativa un empujón a mi enlagunada memoria.

Había bebido sin parar.

La música de aquella guitarra acústica solo me hundía mas en mi tristeza, y, empeñado en acallar mis penas, seguía obligando al cuerpo a recibir tanto alcohol como fuera posible, como aceptando que las heridas abiertas mas profundas se encontraban en mi interior, sangrando profusamente a cada instante.

Sí, hubo una mujer en el bar. Sí, era infinitamente hermosa. Pero para cuando ella llegó al bar ya me encontraba yo tan perdido como otras veces; tanto como para acercarme a molestarla con mi presencia.

Probablemente mis intenciones soeces, o mi asqueroso aliento alcohólico la asustaron lo suficiente como para pedir ayuda; y no tardó en llegar en forma de un increíble puñetazo de algún caballero temporal, que me lanzaría muy lejos de ella, muy cerca de la miseria humana en la que me hundí, entre lágrimas de dolor, de pena, de verdadero sufrimiento; que trascendían mas allá de ese deplorable momento.

Gritaba. Recordé que gemía mis llantos, recriminando a gritos a la vida por la manera en la que se burlaba de mí. Recordé, que deseé que las cosas fueran diferentes por una vez, que por un momento quise creer una realidad distinta, y, en posición fetal, mi imaginación trato de arrullar mi falta de sueño.

No pude diferenciar ese ensueño de la realidad. Ahora estaba de vuelta en el mismo lugar, en el mismo estado en que empecé. Nada había cambiado. Nada cambiará.

He decidido, volver a alcoholizarme de forma inhumana hasta que sienta que se me escapará de nuevo la conciencia. Volver a recordar a esa mujer, volver a construir de nuevo, en mis sueños y alucinaciones cada uno de esos momentos hermosos que me regaló mi desdichada creatividad. Solo que esta vez, justo en el punto en que el ese sueño supera toda posible realidad, me aseguraré de nunca volver a despertar.

Adiós, amigo mio.