Recibe de mi, querido amigo, el
mas cordial de los saludos, el mas cálido de los abrazos, el mas sincero de
los deseos de bienestar para ti y tu familia, en especial a tu padre, que, bien
lo sabes, ha sido siempre digno de todo mi respeto y admiración.
Aunque quisiera llenar estas
hojas de historias felices y crónicas positivas que atraigan tu interés, debo
decir que las causas que me llevan a escribirte están más bien alejadas de la
cara amable que mis letras trataron siempre de darte sobre mi verdad.
Bien lo sabes, había llegado a mi
vida un momento de franca paz y recogimiento, resultado de la determinación de
darle una estabilidad al ritmo con el que la atendía mis necesidades mas
primales, que, bien sabes, me había internado cada vez mas en los bosques de
la arrogancia, el desenfreno y la lujuria desmedida. Era entonces prioritario
para mí, en el momento culmen de mis apreciaciones, dar rienda suelta al
romanticismo, dejar que el destino golpeara a mi puerta acompañado de una
mujer decente, que, como yo, estuviera buscando equilibrio, ansiara, mas que pasión, algo de sosiego.
Como era de esperar, no pasó
mucho tiempo antes de que mi corazón fuera de nuevo victima de las
circunstancias: hubo uno o dos encuentros, por mucho agradables, con quienes
serían solo reverberaciones de la desidia que me causa la satisfacción corporal
que no es sustentada por la fascinación mental, mujeres cuyas cualidades en
algunas de sus dimensiones solo eran comparables en cuantía con los vacíos
perceptibles en otras. Pero, de nuevo desde la visión más objetiva de la
situación, y como alguna vez lo discutimos, ¡qué estúpido es ser exigente en
mis expectativas, siendo yo el más incompleto de los mortales!
Entonces, con la mitad de la
resignación con la que algunas de mis anteriores compañeras sentimentales
aceptaban temporalmente su destino junto a mí, decidí dejar de forzar el
devenir, dedicándome a llenar mi cabeza de buenos libros y buena música en los
sórdidos sitios en los que podía saborear una cerveza, tratando no perder la
mente en el fondo de la botella.
Pero es precisamente cuando
dejamos de seguir nuestros anhelos, que nos siguen estos a donde vamos, a hacer
el papel de desinteresados, como si buscaran motivar en nuestro interior la
chispa que les da sentido: fue en una de esas veladas, inundada en el sonido
de una guitarra acústica, que llevó la noche a mi horizonte la visión de una
mujer increíblemente hermosa, extremada mente interesante, desesperanzadoramente
sola.
Diré de manera muy resumida que
su imagen jugaba con los tonos. Era su lacia cabellera del mas oscuro matiz,
tan larga como brillante, tan abundante como placida lucía al caer en sus
hombros. Era su piel blanca, como la luna que se colaba intrigante por el
ventanal del bar, y aparentaba ser tan suave, tan tersa, que se alborotaba el tacto
azuzado por la imaginación y la creatividad. Eran sus ojos una mezcla de azules
y grises, como mis días, como mi vida, como mis noches. En la perfección de los
rasgos de su rostro jugaban animosamente mis miradas, haciendo aún mas extraño mi deseo de acercarme ver como el pasar del tiempo solo dejaba entrever un
silencio majestuoso que limitaba todo el espacio a nosotros dos, y a la ahogada
tonada que servía de fondo al misterio infinito que se escondía bajo sus
juveniles ropas, que dejaban entrever que había un cuerpo digno de invertir en
vano la sobriedad, la tranquilidad, la cordura.
Pero ya antes habían peleado
afanosos mis ojos con mis sentimientos, en partidas que duraban lo que un coito
salvaje, para estrellarse luego con una mente casi siempre vacía, una que otra
vez llena de interés, una que otra vez llena de costumbres y conceptos
construidos por la sociedad; por lo que esta en esta ocasión di por invalidas
mis crecientes expectativas, limitándome a observar de vez en cuando en la distancia
a aquel ángel, como la pintaba en la mente mi falta de cariño y la maldita y
persistente esperanza.
Pero, de nuevo, como si se lo tomara
como reto personal, se involucró el destino, llevándola a pedirme fuego para su
cigarrillo, con una voz tierna, pero imponente, amable pero exigente, hermosa como
ella, perfecta para ocupar el papel del primer sonido que quisiera oír en la
mañana. Mecánicamente le exigí que compartiéramos su vicio, y su sonrisa, tras
iluminar las partes mas oscuras de mi alma, solo le dio inicio a una
conversación que se tornaría mas interesante a cada minuto que pasábamos, ahora
juntos, en aquel prefecto lugar en el que se transformó el bar.
Mal haría yo en intentar describir
correctamente cuanta belleza esgrimían las palabras que salían de boca, acariciando
sus hermosos labios; mal haría yo en tratar de apropiarme de la profundidad y
la valentía que sus ideas inspiraban; eran, muy a pesar de mi experiencia, mas
nobles, mas exquisitos, mas sugerentes su mente y su alma que su rostro y su cuerpo.
Entonces, sucedió lo que siempre me
sucede, lo siempre me criticas, amigo fiel: me supe infame, miserable, ante
tantos de mis sueños convertidos en una realidad. Me supe incapaz de encajar mi
ridícula apariencia y la pobreza de mis pensamientos en el mundo de alguien tan
perfecto; siendo así, con la imagen deprimente de la sinceridad que estaba teniendo
conmigo mismo, cambio mi rostro y mi actitud para con ella, quien no tardó en
notarlo e inquirir al respecto.
El par de cervezas que nos
habíamos tomado, asumiendo la responsabilidad en lugar de mi corazón esperanzado,
hablaron con mi verdad, expresando mi preocupación, hablaron en exceso,
demostrando mi deseo, hablaron sin limitaciones, desnudando mi alma. Ella me
escuchó. Cada palabra, cada segundo, cada idea, cada tristeza encarnada en mil
fracasos, en mil momentos de pena y otros tantos de desdén. Y sus ojos perseguían
a los míos, que jugaban a alejarse cuando se sentían atrapados en ese azul profundo.
Y sus labios, dibujando una sonrisa, callaron los míos con un beso que duro muy
poco, para el enorme espacio que abrí en mi memoria para guardar cada detalle de ese momento. ¡Ese momento! El tesoro más
grande que podía haber encontrado.
Tras limpiar con sus suaves manos
las lágrimas que se le escaparon a mi felicidad, abarcamos la juventud de la
noche entre tragos, sonrisas, historias, besos cada vez menos épicos y más
impertinentes, cada vez menos románticos y más pasionales.
Abrazados, felices, salimos del
bar. Nos recibió la noche envejecida con los brazos abiertos entre sonrisas y
caricias. Nos entrego a la naciente madrugada en el primer hotel que encontró. Nos cobijo el sol entre las sabanas, amándonos, amándola.
Pero la fatalidad, haciendo un
equipo infalible con mi dañada mente, había completado su última proeza.
Maldigo la hora en que abrí mis
ojos. Maldigo el primer suspiro que di al despertar. Maldigo la desventura de
no haber pasado del sueño al coma.
No tardé en darme cuenta que aun
estaba en el bar.
En una sucia esquina, muy
probablemente arrojado allí por la lastima que le causé a los dueños del lugar,
desperté lavado en mis propios jugos gástricos, fétidos de alcohol; con las
manos raspadas, con las rodillas sucias, tal vez de
arrastrarme como un gusano miserable en mi propia desdicha; con la nariz rota y
las sangre que se le escapo adornando mi cara y mi vestimenta.
Un perfecto desconocido dio con
su narrativa un empujón a mi enlagunada memoria.
Había bebido sin parar.
La música de aquella guitarra acústica
solo me hundía mas en mi tristeza, y, empeñado en acallar mis penas, seguía obligando
al cuerpo a recibir tanto alcohol como fuera posible, como aceptando que las
heridas abiertas mas profundas se encontraban en mi interior, sangrando profusamente a cada instante.
Sí, hubo una mujer en el bar. Sí, era infinitamente hermosa. Pero para cuando ella llegó al bar ya me
encontraba yo tan perdido como otras veces; tanto como para acercarme a
molestarla con mi presencia.
Probablemente mis intenciones
soeces, o mi asqueroso aliento alcohólico la asustaron lo suficiente como para
pedir ayuda; y no tardó en llegar en forma de un increíble puñetazo de algún caballero temporal, que me
lanzaría muy lejos de ella, muy cerca de la miseria humana en la que me hundí,
entre lágrimas de dolor, de pena, de verdadero sufrimiento; que trascendían mas
allá de ese deplorable momento.
Gritaba. Recordé que gemía mis
llantos, recriminando a gritos a la vida por la manera en la que se burlaba de mí.
Recordé, que deseé que las cosas fueran diferentes por una vez, que por un
momento quise creer una realidad distinta, y, en posición fetal, mi imaginación
trato de arrullar mi falta de sueño.
No pude diferenciar ese ensueño
de la realidad. Ahora estaba de vuelta en el mismo lugar, en el mismo estado en que empecé. Nada había cambiado. Nada cambiará.
He decidido, volver a alcoholizarme
de forma inhumana hasta que sienta que se me escapará de nuevo la conciencia.
Volver a recordar a esa mujer, volver a construir de nuevo, en mis sueños y
alucinaciones cada uno de esos momentos hermosos que me regaló mi desdichada
creatividad. Solo que esta vez, justo en el punto en que el ese sueño supera
toda posible realidad, me aseguraré de nunca volver a despertar.
Adiós, amigo mio.
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