Tuesday, April 17, 2012

De viaje


Recibe de mi, querido amigo, el mas cordial de los saludos, el mas cálido de los abrazos, el mas sincero de los deseos de bienestar para ti y tu familia, en especial a tu padre, que, bien lo sabes, ha sido siempre digno de todo mi respeto y admiración.

Aunque quisiera llenar estas hojas de historias felices y crónicas positivas que atraigan tu interés, debo decir que las causas que me llevan a escribirte están más bien alejadas de la cara amable que mis letras trataron siempre de darte sobre mi verdad.

Bien lo sabes, había llegado a mi vida un momento de franca paz y recogimiento, resultado de la determinación de darle una estabilidad al ritmo con el que la atendía mis necesidades mas primales, que, bien sabes, me había internado cada vez mas en los bosques de la arrogancia, el desenfreno y la lujuria desmedida. Era entonces prioritario para mí, en el momento culmen de mis apreciaciones, dar rienda suelta al romanticismo, dejar que el destino golpeara a mi puerta acompañado de una mujer decente, que, como yo, estuviera buscando equilibrio, ansiara, mas que pasión, algo de sosiego.

Como era de esperar, no pasó mucho tiempo antes de que mi corazón fuera de nuevo victima de las circunstancias: hubo uno o dos encuentros, por mucho agradables, con quienes serían solo reverberaciones de la desidia que me causa la satisfacción corporal que no es sustentada por la fascinación mental, mujeres cuyas cualidades en algunas de sus dimensiones solo eran comparables en cuantía con los vacíos perceptibles en otras. Pero, de nuevo desde la visión más objetiva de la situación, y como alguna vez lo discutimos, ¡qué estúpido es ser exigente en mis expectativas, siendo yo el más incompleto de los mortales!

Entonces, con la mitad de la resignación con la que algunas de mis anteriores compañeras sentimentales aceptaban temporalmente su destino junto a mí, decidí dejar de forzar el devenir, dedicándome a llenar mi cabeza de buenos libros y buena música en los sórdidos sitios en los que podía saborear una cerveza, tratando no perder la mente en el fondo de la botella.

Pero es precisamente cuando dejamos de seguir nuestros anhelos, que nos siguen estos a donde vamos, a hacer el papel de desinteresados, como si buscaran motivar en nuestro interior la chispa que les da sentido: fue en una de esas veladas, inundada en el sonido de una guitarra acústica, que llevó la noche a mi horizonte la visión de una mujer increíblemente hermosa, extremada mente interesante, desesperanzadoramente sola.

Diré de manera muy resumida que su imagen jugaba con los tonos. Era su lacia cabellera del mas oscuro matiz, tan larga como brillante, tan abundante como placida lucía al caer en sus hombros. Era su piel blanca, como la luna que se colaba intrigante por el ventanal del bar, y aparentaba ser tan suave, tan tersa, que se alborotaba el tacto azuzado por la imaginación y la creatividad. Eran sus ojos una mezcla de azules y grises, como mis días, como mi vida, como mis noches. En la perfección de los rasgos de su rostro jugaban animosamente mis miradas, haciendo aún mas extraño mi deseo de acercarme ver como el pasar del tiempo solo dejaba entrever un silencio majestuoso que limitaba todo el espacio a nosotros dos, y a la ahogada tonada que servía de fondo al misterio infinito que se escondía bajo sus juveniles ropas, que dejaban entrever que había un cuerpo digno de invertir en vano la sobriedad, la tranquilidad, la cordura.

Pero ya antes habían peleado afanosos mis ojos con mis sentimientos, en partidas que duraban lo que un coito salvaje, para estrellarse luego con una mente casi siempre vacía, una que otra vez llena de interés, una que otra vez llena de costumbres y conceptos construidos por la sociedad; por lo que esta en esta ocasión di por invalidas mis crecientes expectativas, limitándome a observar de vez en cuando en la distancia a aquel ángel, como la pintaba en la mente mi falta de cariño y la maldita y persistente esperanza.

Pero, de nuevo, como si se lo tomara como reto personal, se involucró el destino, llevándola a pedirme fuego para su cigarrillo, con una voz tierna, pero imponente, amable pero exigente, hermosa como ella, perfecta para ocupar el papel del primer sonido que quisiera oír en la mañana. Mecánicamente le exigí que compartiéramos su vicio, y su sonrisa, tras iluminar las partes mas oscuras de mi alma, solo le dio inicio a una conversación que se tornaría mas interesante a cada minuto que pasábamos, ahora juntos, en aquel prefecto lugar en el que se transformó el bar.

Mal haría yo en intentar describir correctamente cuanta belleza esgrimían las palabras que salían de boca, acariciando sus hermosos labios; mal haría yo en tratar de apropiarme de la profundidad y la valentía que sus ideas inspiraban; eran, muy a pesar de mi experiencia, mas nobles, mas exquisitos, mas sugerentes su mente y su alma  que su rostro y su cuerpo.

Entonces, sucedió lo que siempre me sucede, lo siempre me criticas, amigo fiel: me supe infame, miserable, ante tantos de mis sueños convertidos en una realidad. Me supe incapaz de encajar mi ridícula apariencia y la pobreza de mis pensamientos en el mundo de alguien tan perfecto; siendo así, con la imagen deprimente de la sinceridad que estaba teniendo conmigo mismo, cambio mi rostro y mi actitud para con ella, quien no tardó en notarlo e inquirir al respecto.

El par de cervezas que nos habíamos tomado, asumiendo la responsabilidad en lugar de mi corazón esperanzado, hablaron con mi verdad, expresando mi preocupación, hablaron en exceso, demostrando mi deseo, hablaron sin limitaciones, desnudando mi alma. Ella me escuchó. Cada palabra, cada segundo, cada idea, cada tristeza encarnada en mil fracasos, en mil momentos de pena y otros tantos de desdén. Y sus ojos perseguían a los míos, que jugaban a alejarse cuando se sentían atrapados en ese azul profundo. Y sus labios, dibujando una sonrisa, callaron los míos con un beso que duro muy poco, para el enorme espacio que abrí en mi memoria para guardar cada detalle  de ese momento. ¡Ese momento! El tesoro más grande que podía haber encontrado.

Tras limpiar con sus suaves manos las lágrimas que se le escaparon a mi felicidad, abarcamos la juventud de la noche entre tragos, sonrisas, historias, besos cada vez menos épicos y más impertinentes, cada vez menos románticos y más pasionales.

Abrazados, felices, salimos del bar. Nos recibió la noche envejecida con los brazos abiertos entre sonrisas y caricias. Nos entrego a la naciente madrugada en el primer hotel que encontró. Nos cobijo el sol entre las sabanas, amándonos, amándola.

Pero la fatalidad, haciendo un equipo infalible con mi dañada mente, había completado su última proeza.

Maldigo la hora en que abrí mis ojos. Maldigo el primer suspiro que di al despertar. Maldigo la desventura de no haber pasado del sueño al coma.

No tardé en darme cuenta que aun estaba en el bar.

En una sucia esquina, muy probablemente arrojado allí por la lastima que le causé a los dueños del lugar, desperté lavado en mis propios jugos gástricos, fétidos de alcohol; con las manos raspadas, con las rodillas sucias, tal vez  de arrastrarme como un gusano miserable en mi propia desdicha; con la nariz rota y las sangre que se le escapo adornando mi cara y mi vestimenta.

Un perfecto desconocido dio con su narrativa un empujón a mi enlagunada memoria.

Había bebido sin parar.

La música de aquella guitarra acústica solo me hundía mas en mi tristeza, y, empeñado en acallar mis penas, seguía obligando al cuerpo a recibir tanto alcohol como fuera posible, como aceptando que las heridas abiertas mas profundas se encontraban en mi interior, sangrando profusamente a cada instante.

Sí, hubo una mujer en el bar. Sí, era infinitamente hermosa. Pero para cuando ella llegó al bar ya me encontraba yo tan perdido como otras veces; tanto como para acercarme a molestarla con mi presencia.

Probablemente mis intenciones soeces, o mi asqueroso aliento alcohólico la asustaron lo suficiente como para pedir ayuda; y no tardó en llegar en forma de un increíble puñetazo de algún caballero temporal, que me lanzaría muy lejos de ella, muy cerca de la miseria humana en la que me hundí, entre lágrimas de dolor, de pena, de verdadero sufrimiento; que trascendían mas allá de ese deplorable momento.

Gritaba. Recordé que gemía mis llantos, recriminando a gritos a la vida por la manera en la que se burlaba de mí. Recordé, que deseé que las cosas fueran diferentes por una vez, que por un momento quise creer una realidad distinta, y, en posición fetal, mi imaginación trato de arrullar mi falta de sueño.

No pude diferenciar ese ensueño de la realidad. Ahora estaba de vuelta en el mismo lugar, en el mismo estado en que empecé. Nada había cambiado. Nada cambiará.

He decidido, volver a alcoholizarme de forma inhumana hasta que sienta que se me escapará de nuevo la conciencia. Volver a recordar a esa mujer, volver a construir de nuevo, en mis sueños y alucinaciones cada uno de esos momentos hermosos que me regaló mi desdichada creatividad. Solo que esta vez, justo en el punto en que el ese sueño supera toda posible realidad, me aseguraré de nunca volver a despertar.

Adiós, amigo mio.


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