Friday, March 21, 2014

Recuerdos I

Me preguntas, con la curiosidad a flor de piel, como fué que sucedió en mi vida esa primera vez en que sentí el calor infinito de un beso...?

Pues dejame decirte que, como todas mis anécdotas, poco o nada tiene de ortodoxo el modo en que se dió el momento, aunque tal vez es mi memoria inquieta que tergiversa todo cuanto sucedió, dandole un aire místico muy apropiado para hacer la historia diga de ser contada.

Era un niño entonces. No te rías, se que sigo siéndolo, se que admiras de mí que no haya dejado morir al niño en aras de hacerle la vida mas fácil al adulto; pero en realidad me faltaban años para comprender cuan importante sería ese instante. ¿Cuanto mas estaríamos preparados si supieramos la trascendencia de cada momento de nuestras vidas con antelación?

Ella era una niña también, pero era claro que ya había antes caminado por la ruta de las emociones más básicas, me lo decía el peso de su mirada, me lo hacía sentir por la seguridad con la que sus manos me hacían seguirla por donde ella quería andar, podía vivirlo por la manera en la que el tiempo parecía fugarse en su presencia.

En algún punto colorido, detrás del colegio, cerca de donde alguna vez vivió, nos encontramos como huyendo del mundo, como buscando en la soledad una justificación para que solo nuestras palabras se escucharan, y nuestros actos entregaran toda su atención, prestos a tomar el control antes de que fuera posible detenerlos.

Ella, como siempre y más que nunca, lucía bella, se veía natural, y se antojaba tierna al mismo tiempo; un poco cansada por el trajín de un largo día en el colegio, un poco triste, con una melancolía que solo me mostraba a mí, argumentando que se sentía bien poder ser ella misma a mi lado, hecho que me llenaba de una dualidad increíble, ya que no sabía si celebrar bailando como loco que podía tenerla cerca en aquel parque, o compartir sus motivaciones para dejar de sonreír de forma automática, a la espera de seguir metiéndome en su mundo y buscarme un sitio en él.

Yo, en la otra cara de la moneda, soy, siempre he sido y siempre seré una única imagen estática de mi mismo, y este, por mas especial que fuera a ser, era, en su momento, un día normal.  Por ende, mi apariencia era la de una persona acorde al contexto de la normalidad, tan normal que pasaría desapercibido incluso para mi mismo si me hubiera mirado en un espejo de repente.

Pronto, con un fondo musical aportado por la naturaleza a nuestro alrededor, ella empezó a hablar, yo empecé a halagarla, y ambos empezamos a reírnos de todo, de nosotros mismos, de mí especialmente, con el tiempo siguiendo su curso tan campante, que no dudó en dejar entrar los últimos rayos de luz a nuestro pequeño universo para recordarnos que la noche se acercaba, que era necesario decidirnos por el rumbo que nuestras miradas tomarían antes de tener que volver a nuestros papeles habituales.

Por eso mismo me animé a hacer lo que nunca había hecho: con mi mano desnuda y medio temblorosa, sin dejar de hundirme en sus ojos, acaricie suavemente su cara mientras le contaba de mis sueños; y en ese nivel de conexión pude escuchar a su corazón diciéndome que no estaba mal, que había seleccionado bien la ruta para mis emociones, que estaba recortándole grandes partes a la distancia que nos separaba.

Pronto mis caricias saltaron a sus manos, y las suyas a las mías. Tal vez en algún punto me aferre con demasiada fuerza, motivado por la sensación de querer que el momento se extendiera indefinidamente, y que el calor de su piel se quedara cubriéndome del frio que empezaba a rodearnos. Tal vez en algún momento dejó de sostener en mí su mirada, quizás porque para ambos la densidad del momento estaba anulando nuestra capacidad de pensar con claridad, o de ocultar nuestra alma de la ventana de los ojos.

Pronto también empezamos a asociar nuestras emociones a los elementos, la tierra que pisábamos a la firmeza de nuestras reglas, el aire indeleble que nos rodeaba a la libertad que había entre los dos, el agua de la fuente a la ligereza con que nos habíamos acoplado el uno al otro, y el fuego que alimentaba nuestra sincera pasión a su esencia, al rojo de sus labios, al peligro de su espíritu imponiéndose sobre el mío.

Pronto, finalmente, más pronto de lo esperado pero menos de lo deseado, estábamos frente a frente, sentados, con nuestras piernas entrelazadas, muy cerca, más cerca que nunca, más cerca de lo que estaba permitido en nuestra amistad. Y empecé a jugar con su cabello. Y mis manos pasaban por él y saltaban de nuevo a su rostro. Y el aroma de su pelo se confundió con su perfume. Y en medio de las caricias no pude más que dejar que esos aromas me guiaran a su cuello, y de ahí a su oído, y sin dejar de hablar un solo instante, le dije sencillamente que mi corazón se iba a explotar con todo lo que me estaba haciendo sentir, le dije cuanto me gustaba perderme en su olor, le dije muchas cosas hasta que mis palabras se opacaron al aproximarme lo más cerca que jamás había estado a sus labios, y ella me acalló recordándome su fuego con cuatro palabras imborrables: “Te vas a quemar…”, justo antes de entregarnos con los ojos cerrados a la expresión más sincera de nuestros sentimientos, un beso idealizado, lleno de matices, carente de dificultades, sincero, tranquilo pero proactivo, silente pero a la vez imperativo y atronador.

Me aferré a ella. Deje que mis manos afianzaran su rostro a mí. Jugué con su lengua, en respuesta a la ligereza y actividad que me despertaban sus movimientos. Mordí con suavidad sus labios para quedarme con un poco de su sabor. Guardé con fina descripción en mi inconsciente cada detalle que me dejó alcanzar. Y morí un poco cuando supe que había terminado y me estrelle contra el mundo después de haber volado en su piel.

La salida del estupor no me deja recapitular con facilidad lo que vendría después. Ya era tarde para entonces y la noche me había regalado la más grande muestra de su actitud caprichosa en forma de un recuerdo indeleble. Sé que caminamos un rato más sin ningún otro acercamiento. Recuerdo que la despedida volvió a tener el aire frio que hacía juego con su comportamiento más frecuente. Y sé que al verla alejándose en medio de la nada solo pude seguir caminando sin un rumbo fijo, rogándole a mi mente que no dejara escapar ni el mas mínimo pormenor de cuanto había pasado, deseando con todas mis fuerzas que no abriera los ojos y se tratara solo de un sueño, construyéndome un concepto ideal de la realidad, como siempre, tergiversándola a la espera de que le girar del mundo un día me diera la razón, y que ese primer beso fuera solo el inicio de una historia, como te lo explicaba, digna de ser contada.