No necesitas tener alas para volar.
No necesitas tener alas para hacer que, de repente, la vida
tenga más sentido.
No necesitas alas para salvarme del abismo y elevarme por
los cielos de la esperanza.
Basta con una sonrisa.
Basta con un par de astutas frases, una aceptación
inesperada, una duda que termina convirtiéndose en una oportunidad: no quiero
que me pertenezcas, no quiero más de ti que una salvadora mirada que me deje
ver que el pantano no es tan profundo.
Recordaré con alegría cada momento del tiempo que me
regalaste, aunque el ruido del ambiente me robe la precisión de tu nombre,
aunque el sabor del alcohol me quite a pocos las huellas que me llevarían a
encontrarte; siempre podre recordar el color de tu vestido, largo como las
noches que pasare teniéndote presente; siempre recordaré los aretes con forma
de caballos de mar que bailaban con alegría al compas de la histeria en tus
historias, cada vez más intrigantes, cada vez más increíbles; siempre recordare
el acento mexicano de tu voz, y nunca tendrá más sentido para mi saberme
incapaz de alcanzar en la realidad lo que mis sueños llegan a concebir en las
memorias indelebles de las curvas de tu cuerpo.
Por raro que parezca, saberte imposible, cualquiera sea la
causa, es solo parte del encanto que destila tu esencia, inclinando mi mirada
de nuevo hacia el infinito arrollador, hacia lo inexpugnable en el presuntuoso
aire del eterno techo que es el firmamento, ahora lo único que en realidad
compartimos, y que ya no luce tan distante… Sabes por qué? Porque aún cuando el
cielo yace poderoso ante los ojos de quienes estamos condenados a la tierra, se
que para volar, ángeles, como tú, y hombres miserables, como yo, no tenemos ni
necesitamos alas.